sábado, 30 de noviembre de 2013

Concurso de relatos con motivo del Día Internacional contra la Violencia de Género, celebrado en Sanlúcar de Barrameda.




Reproducimos, a continuación, y con el permiso de su autora, el relato ganador del Concurso de Relatos que con motivo del Día Internacional contra la Violencia de Género se celebró en Sanlúcar.

Nuestra enhorabuena a su creadora...




Reflexiones ante el féretro
Juana Macías Romero


Da gusto verte tan callado, tan quieto en tu caja de madera. Cuando cierren la tapa te habré condenado a la oscuridad, me niego a incinerarte. Puede que aún suenen en tu cabeza muerta, mis últimas palabras –no te voy a incinerar, vas a vivir a oscuras tu muerte-  Hasta te voy a llevar flores los días de Sol, de mucho Sol, los días que deslumbren hasta deshacer las formas y los recuerdos: el recuerdo de los brazos de mi hija rodeando mi cuello, –mamá tengo miedo, mamá enciende la luz- los largos encierros en la oscuridad porque nuestra sola presencia te molestaba.

Estás muerto y tus ojos ciegos ya no me achican, tus manos no pueden golpearme, tus palabras no pueden herirme. Miro tu cuerpo, una vez quise este cuerpo, lo besé, lo acaricié, que ajena estaba entonces del asco que llegaría a sentir, de las violaciones que tu cuerpo haría al mío.

Estás muerto y yo debería estar alegre pero estoy cansada, tengo el alma y la piel carcomida de silencios y miserias. He caminado sin ver, sin percibir el mundo que me rodeaba porque lo de afuera me estaba prohibido, y me he encogido para que tú no me vieras y no me devorases.

Casi me he vuelto transparente, hecha de aire y pellejo. No me reconozco, soy el despojo de este muerto, de esta muerte que no me duele, de esta nada en la que caigo sin vértigo, sin miedo, solo tristeza, una tristeza que ya no importa a nadie, aunque, tal vez, nunca importó.

Volveré a una casa vacía, vaciada del amor que contenía cuando tú, hija mía, trazaste una distancia material e infranqueable. Me diste una lección de valor, no pude quebrantar tu voluntad, ni pudo vencerte mi cobardía. Si supiera dónde estás,  gastaría las fuerzas que aún me quedan en llegar a ti y pedirte perdón.

Perdón por no haber mirado tu infancia. Tus recuerdos no son mis recuerdos. Ahora sé cuanto te dolía –mamá te acuerdas de…. No hija, no me acuerdo- No tenía ojos para ti, estaba tan pendiente de  este muerto, que se me fue la vida odiándolo a él y llorándome a mí. Quería que tú me comprendieras, que te apiadases de mí. Puse sobre tu pequeña espalda las humillaciones y los desprecios que este hombre me regalaba con tanta generosidad. Te convertí en mi víctima: castigos, gritos, reproches….. pero tú contestabas, vaya si contestabas; entonces yo te decía cosas horribles –eres un demonio, tienes la lengua de una víbora- ¿cómo pude ser tan cruel? Solo eras una niña, yo te quería, te quería con toda mi alma pero no supe protegerte ni de él ni de mí.

Tú nunca te acercabas a él pero yo te obligaba a besarle –tu padre acaba de llegar, ve y dale un beso sino se enfada

Pendiente de tus necesidades y caprichos. Si te encontrabas mal, nos obligaba a permanecer durante horas o días, calladas y a oscuras. Si estabas alegre teníamos que sonreír, celebrar tu alegría, si te enfadabas mejor volverse invisible. Nos decías que no valíamos nada, que éramos unas mierdas. A veces un empujón, un codazo, en una ocasión te quitaste la correa, ibas a pegarle a la niña, pero me puse por medio, la única vez que fui capaz de protegerla.

¡Teníamos tanto miedo! Y con los años apareció el reproche en los ojos de mi hija, el desprecio hacia mí. Por qué no te saqué de aquella casa, por qué permití que nos hiciera tanto daño… Era el miedo, hija mía, un miedo denso, quieto, impregnando la casa, el cuerpo, los sueños, la vida…. Si pudiera encontrarte, te diría que sí, que tenías razón,  que debí dejarle, debí dejarle, debí… 



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